Pese a ser invierno y estar todo nevado el paisaje cambia tanto que parece que estas en tres escenarios distintos. Dejando atrás Oslo ves las montañas con las casas escondidas y te preguntas ¿cómo es posible que una persona llegue a esa casa perdida en la montaña? Y a medida que sigues subiendo llegas a las zonas de las pistas de esquí. Parece que de repente has aparecido en el Polo Norte porque solo se ve blanco, apenas ves un poco de vegetación.
Hasta que los fiordos empiezan a entrar en el paisaje y las montañas se mezclan con el mar. Es en ese momento cuando Bergen se acerca, esa pequeña ciudad en el oeste de Noruega. Se sitúa en la costa sur en un valle formado por un grupo de montañas que se llaman “de syv fjell” (las siete montañas). Me encantó. Quizás por esa mezcla de mar, montaña y fiordos o por su encanto de ciudad pequeña con casitas.
Cuando llegamos mi amiga me comentó que la chica con la que nos quedábamos vivía en la montaña y pensé si bueno montaña… Efectivamente vivía en un barrio en lo alto de la montaña pero era increíble. Su piso tenía una ventana enorme con unas vistas de la ciudad y del mar impresionantes. Cada vez que salíamos de casa era una aventura porque la bajada al pueblo era fácil sólo bajar, bajar y bajar pero a la vuelta la cosa se complicaba. Para hacerse una idea el transporte público que más se acercaba a la casa era un teleférico pero solo subía hasta la mitad después tenías que seguir andando. La verdad que pese a haber sido advertidas la primera noche volviendo a las 5 de la mañana nos perdimos volviendo y casi nos quedamos a pasar la noche tiradas en la montaña. Menos mal que la bola del mundo iluminada que tenía en la ventana de la casa nos salvó.
Estuve dos días y me supo a poco. No veo el momento de poder volver y conocer mejor esa pequeña joya de los fiordos.